domingo, 25 de diciembre de 2011

PRÓLOGO

Nunca me he parado a pensar en mi testamento. A decir verdad, ni siquiera he pensado en qué pasaría cuando muriese. ¿Llorarían por mí? ¿Me echarían de menos?
A veces, las cosas suceden sin más, sin ninguna explicación, simplemente tenían que ocurrir y ya está. Como cuando plantas un puñado de semillas de manera idéntica... algunas de ellas germinan, sin embargo, otras, se quedan enterradas, sin echar raíces, bajo una triste capa de tierra, sin llegar nunca a dar frutos, ni a tener flores.
Eso mismo pasa con la vida, con los que nacemos en el seno de una familia, a veces buena, a veces no tan buena. Nadie sabe con certeza por qué nacemos en una determinada familia y no en otra, ni por qué algunos se quedan huérfanos a una corta edad y otros no, tampoco por qué unos vivimos ochenta años y otros no pasan de los diez,... Nadie entiende qué condiciona esto, que condiciona nuestras vidas; y dudo mucho que alguna vez alguien lo entienda...
La vida es cuestión del azar, o al menos así es, según mi opinión; porque, por mucho que te esfuerces, si te diagnostican un cáncer no vas a conseguir que desaparezca; ni tampoco vas a impedir que un loco se obsesione contigo y acabe acuchillándote en mitad de la calle, ni que el borracho que iba conduciendo por la ciudad a demasiada velocidad, te arrolle...
Si fuera posible controlar todo esto, yo no estaría muerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario